Primero lo malo y después lo bueno, ¿o era al revés?
Cuando chica me pasaba algo cada vez que recibía en el almuerzo mi estofado de pollo. Sentada en mi silla infantil de madera, yo me devoraba primero lo que no me gustaba, con la cuchara raspaba todo lo que consideraba malo y lo comía primero; verduras, las arvejas verdes (para ser específica) y las cebollas salteadas. Luego de eso ya podía disfrutar tranquila mi pollito con arroz, jugo bien sazonado y papas cocidas, y creo que eso me define como persona. Anticiparse y dar por hecha una pérdida o adivinar que algo malo va a ocurrir da una sensación de seguridad similar a la confianza que nos genera aplicarnos el protector solar de FPS50+. Yo uso uno de FPS100+, pero se entiende. Se piensa que es mejor no emocionarse tanto y públicamente por una posible buena noticia, a menos de estar bien seguros que es realmente así.
No me gusta celebrar, no me gusta cantar victoria antes de tener completa certeza. ¿Es lo mismo eso a ser pesimista? ¿Se vale votar por el perdedor para evitar un resultado desagradable? Me dijeron que me estaba autosaboteando, otras personas validaron mis emociones aludiendo a que estas me proporcionan seguridad. “Si mentalizo que algo puede salir mal, no me dolerá tanto la decepción”. Además, al pensar que viene algo malo, me da la seguridad de que luego de esa pérdida puedo prepararme y ser determinante para conseguir mi victoria. En realidad, no importa tanto cuantas veces uno pierde, solo importa ganar al final.
Hay dos tipos de persona, el que prefiere recibir primero una mala noticia. Darse el golpe de tragedia de una vez, de frente, para luego disfrutar la novedad alegre. Esa soy yo. Luego está el que prefiere primero la buena noticia, porque es un optimista por naturaleza y su emoción por escuchar la maravilla es más fuerte que su miedo a pasarla mal después. Este párrafo se mantiene vivo desde hace casi dos semanas, le doy muerte, por así decirlo cuando lo publico, lo suelto y olvido. Lo olvido hasta que alguien me cuenta lo que le ha hecho sentir leerlo.
Querido lector, no sé si ya has visto el trend made it out alive, but I think I lost it, said that I was fine, said it from the coffin, remember how I died when you started walking?, that's my life, that's my life. La he pasado bien, aun así por alguna razón se siente extraño juntar todos los momentos lindos del 2024 como si eso fue el resumen de mi año. Si mostrara mi año, tendría que mostrar también los días en los que no me bañé en dos días, tuve la chasquilla larga, las uñas sin pintar y una cocina en desorden, nada aesthetic. En mi mente neurodivergente, mejor no muestro nada con la cancioncita.
Cuando estoy comiendo helado, solo lo lamo apenas. Como si así me fuera a durar más. Según TikTok el helado es 70% aire, se forman una especie de burbujas al batir la crema de leche y ese aire se cristaliza dentro de la nevera. Uno piensa que se está comiendo el producto del tamaño de un vaso, pero si se le quitara el aire y las burbujas ya integradas, apenas llena una tacita. No soy la única que come despacio para alargar la satisfacción. Mi prima, a sus 5 años, comía lentamente un pan con atún y cebolla para que no se le acabe. Mi amado, por el contrario, prefiere llenar completamente su boca con un platillo delicioso y así maximizar los sabores, no le preocupa quedarse sin nada a los cinco minutos y tener que verme comer a mí los otros veinte minutos.
Otra cosa, no confío mucho en la gente que solo espera cosas buenas y tiene una actitud 90% positiva. Es como ese meme del chico bromista en el trabajo que llega a su casa al final del día. ¿En la soledad, sin recibir un mensaje de WhatsApp, también sonríen de oreja a oreja como en las fotos de Instagram? A lo mejor sí.
Hablaba con un reportero de un diario en Paraguay hace dos días, le pregunté si aceptaban columnistas de opinión. Me dijo, en inglés, que «no porque suelen ser negativas» y ahora que lo pienso, todos lo que escribo es desde la crítica. Quiero escribir también sobre la felicidad y sobre la belleza de las cosas que adoro, no solo sobre que pienso varias veces en el día que estoy tardando varios meses en encontrar el empleo de mis sueños en una ONG o en un museo. No quiero escribir solamente sobre que ser mujer escritora, es más difícil que ser un hombre escritor porque no importa cuan deconstruidos estés nuestros maridos, cuesta desaprender el sentimiento de gratificación cuando somos cuidadoras o cuando lo «podemos con todo». ¿Está mal cuidar? Es tema para una futura columna.
Confesión. Cuando pequeña nos repartían galletas de paquete de 50 céntimos y yo esperaba que todos se comieran las suyas, cuando ya no le quedaba nada a los otros niños sacaba la mía y así me sentía ganadora al final. Realmente creo que era una maldad, y actualmente pienso parecido, acerca de las relaciones sociales.
No me importa pasarla mal, equivocarme con amigas y con el amor. A lo mejor soy muy despojada y por eso mi fuerte interés en el desarrollo social. Tal vez erradamente pienso que me sentiré comprendida si me vinculo en el sector. Ahora hago un voluntariado hermoso de un mes durante el festival de Fundación Teatro a Mil en el cual no importó si soy introvertida o extrovertida, si soy optimista o pesimista, no importaron esas habilidades blandas requeridas usualmente en puestos de trabajo, salvo mi talento y deseo de apoyar en actividades culturales sin fines de lucro. Vivo empatizando con personas de actitudes pesimistas porque eso no les define. Porque eso no me define. Y sí, a veces perjudica ser así. No permito que me obliguen a creerme el cuento de que me iría mejor en la vida si voy con la expectativa de que todo saldrá bien. Quizás me importa más ser una persona generosa y despojada de las primeras experiencias satisfactorias. Que se coman en mi cara una galleta rica mientras yo no como nada.
Galleta rica = un momento agradable vivido.
Solo me importa que el último día de mi vida yo me quede con una.